jueves, 4 de diciembre de 2014

La leyenda del tesoro hundido de Rande II

En esta entrada ya os hablé de la leyenda de la Batalla de Rande, y dejé un tema en el aire… ¿Quién fue el escritor europeo que, habiendo escuchado retazos de esta leyenda que os he narrado, decidió dedicarle un capítulo entero de su libro? Ni más ni menos que Julio Verne, quien, en 20.000 leguas de viaje submarino, cuenta cómo el Capitán Nemo se financia sus viajes recuperando el tesoro hundido de Rande.
Os dejo aquí el relato de Verne sobre la propia batalla, tomado del libro libre de derechos que podéis descargar en la página de Feedbooks

Señor profesor, si no le parece mal nos remontaremos a 1702. No ignora usted que en esa época, vuestro rey Luis XIV, creyendo que bastaba con un gesto de potentado para enterrar los Pirineos, había impuesto a los españoles a su nieto el duque de Anjou. Este príncipe, que reinó más o menos mal bajo el nombre de Felipe V, tuvo que hacer frente a graves dificultades exteriores. En efecto, el año anterior, las casas reales de Holanda, de Austria y de Inglaterra habían concertado en La Haya un tratado de alianza, con el fin de arrancar la corona de España a Felipe V para depositarla en la cabeza de un archiduque al que prematuramente habían dado el nombre de Carlos III. España hubo de resistir a esa coalición, casi desprovista de soldados y de marinos. Pero no le faltaba el dinero, a condición, sin embargo, de que sus galeones, cargados del oro y la plata de América, pudiesen entrar en sus puertos.
»Hacia el fin de 1702, España esperaba un rico convoy que Francia hizo escoltar por una flota de veintitrés navíos bajo el mando del almirante Cháteau Renault, para protegerlo de las correrías por el Atlántico de las armadas de la coalición. El convoy debía ir a Cádiz, pero el almirante, conocedor de que la flota inglesa surcaba esos parajes, decidió dirigirlo a un puerto de Francia. Tal decisión suscitó la oposición de los marinos españoles, que deseaban dirigirse a un puerto de su país, y que propusieron, a falta de Cádiz, ir a la bahía de Vigo, al noroeste de España, que no se hallaba bloqueada. El almirante de Cháteau Renault tuvo la debilidad de plegarse a esta imposición, y los galeones entraron en la bahía de Vigo. Desgraciadamente, esta bahía forma una rada abierta y sin defensa. Necesario era, pues, apresurarse a descargar los galeones antes de que pudieran llegar las flotas coaligadas, y no hubiera faltado el tiempo para el desembarque si no hubiera estallado una miserable cuestión de rivalidades. [...] He aquí lo que ocurrió. Los comerciantes de Cádiz tenían el privilegio de ser los destinatarios de todas las mercancías procedentes de las Indias occidentales. Desembarcar los lingotes de los galeones en el puerto de Vigo era ir contra su derecho. Por ello, se quejaron en Madrid y obtuvieron del débil Felipe V que el convoy, sin proceder a su descarga, permaneciera embargado en la rada de Vigo hasta que se hubieran alejado las flotas enemigas. Pero, mientras se tomaba esa decisión, la flota inglesa hacía su aparición en la bahía de Vigo el 22 de octubre de 1702. Pese a su inferioridad material, el almirante de Cháteau Renault se batió valientemente. Pero cuando vio que las riquezas del convoy iban a caer entre las manos del enemigo, incendió y hundió los galeones, que se sumergieron con sus inmensos tesoros.

Lo curioso es que Verne nunca había visitado Vigo, y tampoco tenía un interés especial en hacerlo. Pero, unos años después de publicarse dicha novela, en 1878, el azar hizo que acabase en la pasando unos días en la ciudad; todo para refugiarse de un temporal mientras navegaba en su velero. Como es de esperar, toda la élite y el pedigrí de Vigo se movió para dar cobijo a tan ilustre promotor de la zona, haciendo de esos cuatro días una estancia inolvidable para Verne, de la que quedan constancia algunas cartas y las minuciosas anotaciones en su diario. Fue recibido por el propio alcalde de Vigo de aquella época, Manuel Bárcena, y homenajeado por la elitista sociedad La Tertulia en La Alameda, un parque urbano de inspiración inglesa. Su segunda visita se realizó en mayo de 1884, con la intención de reparar su yate. Durante sus visitas pudo participar de la vida social y cultural de la ciudad, como puede ser disfrutar de dos de las fiestas más representativas de la ciudad: La Reconquista y la del Cristo de la Victoria. Además de hacer, como un turista más, la subida al Castro.
La ciudad de Vigo, a cambio de su altruismo inmortalizándola en una de sus obras, decidió olvidarlo al poco tiempo. No le concedió ni una mísera calle, o plaza, o colegio. Y no fue hasta hace unos pocos años, que dio el paso de homenajearlo, tarde mal y a prisas, con una estatua para callar las bocas de todos los que pedían su reconocimiento. Esta estatua, que se encuentra en el paseo del puerto, de un hombre sentado sobre un pulpo, que parece más un trámite que un verdadero homenaje. Si no, juzgad vosotros mismos.

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